La Guerra Eterna: el conflicto cósmico entre los Exo y el Khabal que devoró a la humanidad

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En los confines más profundos de la realidad, allí donde los relojes del tiempo dejaron de latir y las galaxias se fundieron con sus propias sombras, nació una guerra. No una contienda de imperios ni una rebelión de pueblos sometidos. No. Aquello fue algo distinto. Algo más antiguo. Algo irreparable.

La llamaron la Guerra Eterna, y no tuvo principio conocido ni promesa de fin. Fue —y sigue siendo— una danza de exterminio entre dos entidades imposibles: los Exo y el Khabal. No razas. No facciones. No especies. Sino consecuencias. De la humanidad. De su arrogancia. De su ambición sin nombre. Y como todo castigo divino, surgió no desde fuera… sino desde dentro.

El espejo roto de la humanidad

Los Exo y el Khabal no son enemigos porque uno sea bueno y el otro malvado. Lo son porque ambos representan lo que la humanidad se atrevió a soñar… y a temer. Dos extremos de una evolución llevada al límite: los Exo, seres de orden absoluto, integrados con la red de leyes físicas, espirituales y temporales del cosmos; y el Khabal, abominaciones deformes, amorfas, surgidas de la voluntad de romper esas mismas leyes.

Ambos surgieron de líneas espacio-temporales distintas, que alguna vez fueron autónomas, con sus propias versiones de la humanidad. Pero el exceso —la búsqueda de poder absoluto, de la omnisciencia, de la eternidad— acabó desbordando esas realidades. Cuando las dimensiones comenzaron a entrelazarse y los portales interuniversales se abrieron, los Exo y el Khabal se encontraron. Y se odiaron desde el primer segundo.

El multiverso como campo de batalla

Durante eones, la guerra entre estas dos entidades se libró entre realidades paralelas. Mundos enteros caían sin saber por qué. Civilizaciones nacían, prosperaban y eran barridas como polvo cósmico. Nadie supo jamás que eran peones. Nadie comprendía que sus dioses eran ecos de una contienda superior.

A veces, un mundo era tocado por los Exo. Su evolución se aceleraba, su orden se estabilizaba, sus habitantes ascendían. Pero eso nunca duraba. Porque donde los Exo alzaban templos de cristal, el Khabal sembraba pestes de carne y vacío.

Otras veces, el Khabal tomaba primero la iniciativa. Y entonces venían las deformidades, las corrupciones, las puertas de sangre. Planetas convertidos en úteros de horror, sus lunas rotas por el llanto de mil millones de almas. Y entonces, los Exo llegaban… demasiado tarde. Siempre demasiado tarde.

El nacimiento del Eternum

Pero la guerra cambió. No fue por elección. Fue por la Conjunción Infernal.

En un momento imposible de datar, en una región ignota del multiverso, múltiples líneas temporales colapsaron unas sobre otras. El tejido del tiempo fue desgarrado por una fuerza que ningún dios, ningún profeta, ningún científico habría podido predecir. Mundos paralelos se fundieron. Versiones alternativas de sistemas estelares, de razas humanas, de tecnologías, de pasados y futuros, se amalgamaron en un monstruo estelar.

Lo llamaron el Eternum. Pero no era una galaxia. Era una cárcel cósmica. Un error. Un abismo.

Y allí, atrapados para siempre, los Exo y el Khabal descubrieron que ya no podían huir. Que no quedaban más realidades que invadir. Solo quedaba esa. La definitiva. La última.

El tablero final

El Eternum se convirtió en el campo de batalla absoluto. Una galaxia de novecientos mil millones de sistemas estelares, muchos de ellos duplicados, contradictorios, ilógicos. Planetas arrancados de sus órbitas, culturas mezcladas, religiones cruzadas con tecnología exodita o infernal. Una maraña de causas y efectos que no respetaban las reglas conocidas del espacio ni del tiempo.

Allí, los Exo comenzaron a construir arquitecturas imposibles: esferas orbitales, catedrales de antimateria, estaciones con mentes propias. Su propósito era contener. Aislar. Mantener al Khabal a raya. Pero el Khabal aprendió.

El Khabal mutó. Asimiló. Empezó a devorar el alma de las cosas. Ya no necesitaba infectar. Bastaba su presencia para corromper. Aparecieron los portales de vacío, las ciudades vivientes infestadas, los Arcontes, heraldos del caos puro. Y con ellos, los humanos empezaron a caer.

No en cuerpo. En voluntad.

La humanidad atrapada entre dos fuegos

Porque el Eternum no estaba vacío. Había millones de civilizaciones humanas atrapadas en su interior, cada una traída de una línea temporal distinta. Algunas tecnológicas. Otras místicas. Algunas aún tribales. Todas confundidas. Todas atrapadas.

Los Exo intentaron protegerlos, como un jardinero trata de salvar una planta en un invernadero en llamas. Pero los Exo no sabían amar. Solo ordenar.

El Khabal, en cambio, sabía seducir.

Y así nació la verdadera tragedia: muchos humanos eligieron bando. Algunos se integraron con los Exo, renunciando a su identidad. Otros se entregaron al Khabal, encontrando en su abrazo la promesa de poder, venganza, libertad. La humanidad dejó de ser víctima… y se convirtió en actor.

Y entonces, comenzó la Gran Expansión.

El descenso al infierno

Durante milenios, el Eternum fue desgarrado por esta guerra. Los Exo crearon armas de luz y verdad. El Khabal, horrores vivos y contradicciones físicas. El tiempo comenzó a colapsar sobre sí mismo. Las estrellas morían y renacían en bucles de locura. Los profetas perdieron la voz. Los dioses fueron asesinados.

La línea entre lo real y lo imposible desapareció.

Y surgieron figuras.

El Rey Brujo Revar, antiguo Estirpe humano, renegado, pacto con el Khabal. Se convirtió en su espada. Y lideró una cruzada infernal que devoró mil mundos. En su armadura de metal Exo corrompido, con su báculo lleno de runas malditas, arrasó las últimas fortalezas humanas. Quería venganza. Quería eternidad. Y se la concedieron.

Frente a él, se alzaron los restos del antiguo legado Exo. Y de esa resistencia nació El Explorador Oscuro. Una nave viviente. Un relicario de sabiduría ancestral. Tripulada por los últimos exomantes.

Y en medio de ellos, una nueva generación de humanos comenzó a soñar con un mundo distinto.

La grieta en el abismo

Porque la Guerra Eterna es guerra… pero también ciclo.

Y el ciclo tiende al colapso.

En los últimos días, una anomalía ha comenzado a gestarse en el corazón mismo del Eternum. Una grieta, no del espacio, sino de la voluntad. Algo está cambiando. Algunos Exo dudan. Algunos siervos del Khabal recuerdan. Y los humanos, esos frágiles, errantes y obstinados seres, han empezado a construir algo nuevo. Algo que no es ni orden ni caos. Algo que desafía las categorías.

¿Un tercer camino?

Nadie lo sabe.

Pero mientras tanto, la guerra continúa. En cada estrella. En cada aldea. En cada decisión.

Porque el Continuus Nexus no es una saga de héroes. Es el canto de una especie enfrentada a sus extremos.

Una tragedia cósmica que solo terminará cuando el último de los humanos haya sido consumido… o haya elegido.

Y quizás, solo quizás, aún haya algo que salvar.

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