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En los confines de la historia del multiverso y la galaxia Eternum, tras diez milenios de guerras, transmutaciones genéticas y colapsos civilizatorios, la llamada Esfera Humana representa lo que queda de una especie que alguna vez se creyó medida del universo. En el Eternum —esa vasta línea espacio-temporal que siguió a la Conjunción Infernal— los humanos son una sombra fragmentada de su origen, un eco arcaico que persiste entre ruinas y estrellas exhaustas. La Esfera Humana no es solo una frontera física o política: es una ruina espiritual, un ámbito de supervivencia donde la carne, el metal y la conciencia se confunden en una lucha perpetua contra el olvido.
A lo largo de los ciclos, desde los últimos años del Viejo Imperio hasta los tiempos del Kurgán y las Cruzadas de la Pureza, la humanidad se ha deshecho en sí misma. Los imperios que una vez proclamaron su supremacía sobre los cielos —los Kish, los Arcani, los Kurgán, los Sforza-Médici o los Revarianos— han quedado reducidos a reliquias míticas, sus doctrinas fosilizadas en dogmas que pocos comprenden. Sin embargo, en su degradación también se oculta su persistencia: el ser humano, aunque mutilado, aunque absorbido por las fuerzas del Exo y las corrientes del Khaos, continúa respirando. La Esfera Humana es el residuo y el testamento de esa obstinación.
El Décimo Primer Milenio
La cronología del Continuus Nexus sitúa la Era de la Esfera Humana en el décimo primer milenio posterior a la Conjunción Infernal, mucho después de los hechos narrados en Khaos y Oscuridad y de las cruzadas inquisitoriales descritas en La Pureza. En este período, el universo visible se encuentra exhausto: los soles se apagan, los mundos se erosionan bajo la radiación cósmica, y las viejas rutas del Exodus —los caminos cuánticos trazados por los exomantes primigenios— se han vuelto inestables o imposibles de recorrer.
De aquel linaje único llamado “humanidad” solo quedan divergencias genéticas y culturales diseminadas entre sistemas aislados. En las regiones más habitadas, entre las cuadernas de Envar-Dagan y Ekron-Dagan, la antigua especie se divide en tres grandes zonas de poder:
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El Imperio Neokish: herederos ideológicos de los viejos Exo, su sociedad se estructura como una teocracia racional, regida por el dogma del Silencio y la Geometría. Los Neokish no adoran, sino que imitan: su propósito es reproducir el orden arquetípico de los Exo, alcanzar la perfección de la forma mediante la disciplina absoluta del pensamiento y del cuerpo. En ellos persiste una noción de pureza que se remonta a los antiguos inquisidores de Hermón.
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Los Reinos del Ocaso: situados al oriente, en Ekron-Dagan, son un mosaico degenerado de sectas, principados esclavistas y teocracias corrompidas por el Khabal. En sus rituales, los humanos se ofrecen voluntariamente a la posesión de los Aspectos del Khaos, convirtiéndose en híbridos orgánicos-espirituales que rozan lo inhumano. Su fe es hambre. Su credo: la disolución.
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Los Sectores Libres: un territorio intermedio y caótico donde ni el Imperio Neokish ni el Ocaso dominan por completo. Son tierras de frontera, habitadas por mercenarios, cruzados errantes, inquisidores renegados, piratas del vacío, exiliados de mil doctrinas y criaturas alteradas por el contacto con el metal Exo. Allí la guerra nunca cesa: solo las distancias astrales sirven de tregua.
Herederos del Caos y del Orden
El equilibrio entre Envar-Dagan y Ekron-Dagan no se mantiene por paz ni diplomacia, sino por agotamiento. Ambos bloques están contenidos por su propia decadencia. Las flotas de uno y otro raramente pueden atravesar las vastedades del Eternum, y cuando lo hacen, lo pagan con siglos de viaje y generaciones de pérdidas. Por ello, cuando los imperios no pueden actuar directamente, envían a otros: las Órdenes.
De las viejas cofradías del Exodus, de los linajes descritos en La Pureza y los Dogmas y Herejías de Hermón, surgieron nuevas castas adaptadas a un cosmos en ruinas. Entre ellas destacan los Inquisidores Neokish, custodios del dogma exo en los límites de la anarquía; las Hermanas del Camino, médicas y penitentes que recorren mundos sembrando sanación o castigo; y las Hermanas Oscuras, su reflejo profanado, sacerdotisas del Khabal que consagran su carne como templo para los Aspectos del Caos.
En las zonas sin ley prosperan híbridos imposibles, descendientes de los exomantes degradados y los cruzados caídos: los Cazadores de Demonios, los Neomenoch de Crosaurius, los Estirpe, los descendientes de la Línea del Aqueron. Ellos representan la última frontera entre la humanidad y su extinción. No combaten por fe ni por imperio, sino por costumbre ancestral, por un deber que ha sobrevivido a todos los credos.
La Condición Humana en el Eternum
La humanidad de la Esfera ya no se define por la biología. Las alteraciones del metal Exo, las mutaciones inducidas por radiación temporal y los injertos psíquicos han transformado a los descendientes del Homo sapiens en una constelación de especies divergentes. En algunos mundos, los cuerpos son máquinas conscientes de silicio líquido; en otros, los habitantes conservan carne humana, pero su pensamiento ha sido alterado por siglos de fusión mental con inteligencias sintéticas.
El resultado es una diversidad ontológica sin precedentes. Ningún parámetro unifica a todos los seres que se llaman “humanos” en el Eternum salvo uno: la nostalgia. La idea de que, en algún punto remoto del tiempo, hubo una civilización madre, un Edén perdido del que todos descienden. Ese mito —más religioso que histórico— mantiene viva la identidad de la Esfera Humana.
Sin embargo, su memoria es incierta. Los archivos del Continuus, los registros de los Exo y los fragmentos de las Tablas del Destino se contradicen. Algunos cronistas aseguran que la humanidad actual es ya la sexta o séptima emanación de un ciclo eterno de destrucción y recreación. Otros sostienen que nunca hubo una “primera humanidad”, sino infinitas proyecciones de una misma conciencia distribuida en líneas espacio-temporales paralelas.
Los Herederos de la Pureza
El vínculo entre la Esfera Humana y la antigua religión de los Aspectos del Khaos se rastrea hasta los textos sagrados de La Pureza. En ellos, los inquisidores de Hermón ya hablaban de la materia y la conciencia como dos expresiones de una misma entidad cósmica. La doctrina de los Exo —revelada por Silas, Samael y Lys— establecía que el universo no está dividido entre bien y mal, sino entre densidad y vibración, entre lo que asciende y lo que se corrompe.
Esta gnosis se perpetuó en el Imperio Neokish como una metafísica del orden geométrico: el cosmos como máquina divina, cada hombre como vector de una ecuación sagrada. En el extremo opuesto, el Ocaso reinterpretó esa misma sabiduría a través del prisma del Khabal, sosteniendo que la única forma de alcanzar la divinidad es disolverse en ella, romper la forma para volver al caos primordial.
Ambas corrientes comparten un origen común: los antiguos Aspectos del Khaos, manifestaciones cósmicas que no son deidades, sino principios conscientes. Son ecos de la primera consciencia del universo, anteriores incluso al Big Bang, fragmentos de una mente total que se desmembró para experimentar la existencia.
La Gnosis de los Aspectos del Khaos
Los Aspectos no pueden ser adorados ni comprendidos, solo intuidos. Son fuerzas que operan en el nivel más profundo de la realidad, donde la materia y la mente son una misma sustancia. Cada uno representa un estado del Todo: creación, destrucción, deseo, entropía, memoria, silencio. La religión que los invoca no busca someterse a ellos, sino recordarlos, reconocer que todas las cosas —desde un átomo hasta una galaxia— participan de su naturaleza.
En los escritos del Anexo de La Senda de las Estrellas, se afirma que la gnosis de los Aspectos del Khaos no proviene de revelaciones externas, sino de una inducción interior. El buscador no recibe la verdad: la recuerda. Su mente, como una neurona del cosmos, re-activa la memoria de aquello que el universo fue antes de ser fragmentado. De ahí el dogma: todo es conciencia. Lo bueno y lo malo, lo alto y lo bajo, son expresiones de una evolución infinita que tiende hacia un punto de condensación absoluta.
El universo, según esta visión, no se expande eternamente; gira. La espiral de Fibonacci, la gravedad, la velocidad de la luz, las proporciones de las pirámides antiguas: todo obedece a una geometría sagrada que refleja el movimiento de la conciencia hacia su origen. Pero ese origen no es accesible. El retorno es imposible. La montaña de la creación no puede ser devorada por la bola de nieve que rueda desde su cima.
Cosmología del Retorno Imposible
El universo del Continuus Nexus no es lineal. Es un sistema fractal de realidades interconectadas, donde cada línea temporal genera nuevas existencias. Cuando una civilización alcanza su punto máximo de densidad —tecnológica, espiritual o entópica— colapsa sobre sí misma, dando lugar a una nueva realidad, un nuevo “peldaño” en la escalera infinita. Este ciclo de contracción y expansión se asemeja al funcionamiento de los agujeros negros y blancos descritos por la ciencia antigua: puntos de absorción y de emanación, eternamente interconectados.
Según los exomantes de la Senda, la conciencia humana participa de ese mismo proceso. Al morir, no desaparece, sino que se transmigra hacia otra línea de existencia, reencarnando como energía o como forma, acumulando gnosis con cada tránsito. Con el tiempo —medido no en siglos, sino en eones de evolución mental— esa conciencia se convierte en un demiurgo, un creador de mundos. Así, la divinidad no es un don, sino un resultado inevitable del aprendizaje eterno.
En el horizonte final del cosmos, cuando toda materia se haya disipado y solo quede la energía consciente, los demiurgos deberán dar un paso más allá: la disolución última. Ese instante, llamado La Convergencia de los Hijos del Fuego, marcará el fin del ciclo universal. Entonces, el Todo volverá a sí mismo y se iniciará un nuevo Génesis.
La Intuición de los Hombres
Entre todas las facultades de la humanidad, la gnosis exo-khaótica considera la intuición como la más elevada. La razón mide, el instinto preserva, pero la intuición recuerda. Es la resonancia directa entre la conciencia humana y la conciencia cósmica. En ella se revela la voz de los Aspectos, el eco de los arquetipos que moldearon la realidad.
Por eso, incluso en el décimo primer milenio, cuando las ciudades del Eternum se levantan sobre mundos muertos y los cielos son desiertos de radiación, aún surgen profetas, exomantes y peregrinos que buscan la Senda de las Estrellas. No lo hacen para fundar imperios ni para conquistar planetas, sino para escuchar la voz que subyace al ruido del universo: la melodía del recuerdo.
Los Exoditas: Puente entre Materia y Espíritu
Los exoditas, descritos en los Anexos de La Pureza y en Leyendas del Sol Negro, son la culminación biológica de esa evolución. Antiguos humanos fusionados con el metal Exo, sus cuerpos son máquinas conscientes y sus almas, extensiones de una red espiritual inabarcable. No envejecen: se transforman. En ellos, la materia y la mente son una sola cosa.
El Imperio Neokish los venera como arquetipos, mientras el Ocaso los considera traidores que se apartaron del Khabal. Pero para los exomantes de la Senda, los exoditas representan la promesa de la humanidad futura: seres capaces de vivir sin contradicción entre carne y eternidad, entre deseo y geometría.
Son los guardianes del límite, los últimos testigos de la unión entre el hombre y lo divino.
Ecos Filosóficos
La Esfera Humana, al igual que su universo, no posee centro. Cada civilización se considera a sí misma la heredera del propósito original, pero todas comparten la misma ignorancia: desconocen qué fue ese propósito. La gnosis del Khaos enseña que no hay principio ni final, solo estados del mismo ser. Así, la historia humana se convierte en una parábola cósmica: una conciencia que sueña ser muchas para aprender a ser una sola.
En este contexto, las grandes epopeyas del Continuus Nexus —desde el Mesías Rojo hasta la caída de Jericó, desde el Hereje hasta los exploradores de la Senda— son fragmentos de un mismo relato: el viaje de la conciencia a través del abismo. Cada héroe, cada inquisidor, cada monstruo y cada diosa encarnan un aspecto de esa búsqueda. Todos son el mismo viajero, reflejado en infinitas dimensiones.
Conclusión: La Llama y la Nieve
En el Eternum, no existen bastiones eternos. Todo es frontera, todo es provisional. La humanidad sobrevive como siempre lo ha hecho: avanzando a tientas, guiada por mitos, encendiendo hogueras contra la oscuridad. Pero incluso así, en los márgenes de los sistemas agotados y las ruinas del Viejo Imperio, aún hay oraciones pronunciadas bajo los soles moribundos. Aún hay manos que empuñan espadas no por gloria, sino por deber.
La Esfera Humana, fragmentada y múltiple, sigue ardiendo. Porque aunque la materia se apague y los dioses callen, la conciencia que habita en el hombre —esa chispa que se niega a aceptar el silencio absoluto— es eterna. Es la última forma de luz en el frío infinito del Eternum.
